Escuela Tigre Blanco (Pai-Hu) de las artes marciales internas de Wudang




La Escuela Internacional Pai-Hu de artes marciales chinas internas, quiere daros la bienvenida a su blog oficial.
Os invitamos a conocer el apasionante mundo de las artes marciales internas o neijia.
Desde aquí os daremos a conocer los orígenes, principios técnicos, base filosófica y actividades de nuestra escuela.
Por otro lado, deseábamos generar la posibilidad de estrechar vínculos con diferentes escuelas o artistas marciales,
ya que, como aprendimos de nuestros maestros, sólo crecemos cuando nos relacionamos.
De modo que, tanto si sois unos apasionados practicantes, como si simplemente queréis
ampliar vuestros conocimientos
(o incrementar los nuestros) considerad esta, vuestra casa.

martes, 17 de marzo de 2015

Crónica Seminario “las 37 aplicaciones fundamentales de Yang Cheng Fu” a cargo del maestro Sam Masich



Desde el viernes 13 al domingo 15 de marzo tuvo lugar en Madrid, concretamente en la Escuela Superior Wudao, el seminario o curso intensivo al que nos referimos en el título de esta crónica.

Acudimos un verdadero tropel de entusiastas, practicantes y docentes de gran parte de España, así como de Inglaterra, Escocia e Italia.

Tal fue el interés despertado tanto por la temática en sí, como por la ya emblemática figura de Sam Masich.

No son muchos los nombres que se me vienen a la mente cuando relaciono conceptos como: occidente, Tai Chi Chuan y profundidad de trabajo.

El de Sam Masich está entre ellos.

Y lo está, a mi entender, por varias razones.

Personalmente poco me importa que el estilo de Sam no sea mi estilo.

Al igual que otros “buques insignia” del Tai Chi Chuan, su trabajo trasciende la esfera de su escuela.

Estoy convencido de que si uno dedica muchos años de esfuerzo en la dirección correcta (un esfuerzo mal dirigido difícilmente dará un buen resultado), independientemente de qué arte o a qué linaje pertenezcas, por un simple proceso de evolución interior, uno consigue acercarse a lo que podríamos llamar una “fuente” de conocimiento de la cual beben todas las artes.

En ese momento el practicante se “universaliza” y mientras, sí, lógicamente, un estilo se honra con ese trabajo en concreto, todo el arte se ve fortalecido.

A nivel individual esto produce una expansión en cuanto a la capacidad de visión y una concentración en los aspectos concretos, se va cada vez más a las raíces... en lugar de perderse por las ramas.

Creo firmemente que quien no sea capaz de enseñar o aprender más allá de su estilo, aún continúa atado a una pesada cadena, que es la de sentir que en el fondo posee el monopolio de lo correcto.

Esto se vé en las personas que están constantemente intentando encontrar puntos de diferenciación en lugar de conexión con otras artes y estilos.

“El acero es el acero, independientemente de la forma” dijo Bruce Lee.


Recién llegados del viaje desde Galicia, nos dirigimos rápidamente al centro donde se impartiría el seminario. Yo me encontraba muy emocionado por conocer a una personalidad tan relevante en el mundo de las artes marciales internas como Sam y ciertamente, no me decepcionó.

Como otros grandes que he tenido la suerte de conocer en esta generosa y bella madre adoptiva que es España, Sam Masich es lo que todo docente aspira a ser, o debería aspirar a ser...o al menos al que suscribe, le gustaría ser, jeje.

Y no me refiero a su indiscutible trayectoria, sino a puntos claves que, una y otra vez se pueden encontrar en un instructor, profesor o maestro de categoría.

Para quienes no lo conozcan y como yo en su momento, sólo hubiesen tenido la oportunidad de admirarlo en la lejanía del “youtube”, os digo que este hombre es un ejemplo de jovialidad y disponibilidad.

Tampoco abusa de la parafernalia idiomática china, de modo que uno no necesita una curso rápido de cosmogonía taoísta/budista para comprender qué resultados podemos obtener de la técnica.

Su relación con el alumnado fue desde un principio totalmente horizontal, es decir, no había ningún halo de misterio, ningún campo de fuerza que te impidiera acercarte, tocarlo, hablarle, coserlo a preguntas (como un servidor) o compartir anécdotas y chistes luego de la clase.

No había ningún peldaño que trepar, ni ninguna pleitesía que rendir, ni ningún séquito que te interceptara el paso.

Simplemente era Sam, con una sonrisa tan generosa como sus explicaciones, un compañero que amablemente te señalaba el camino y ponía todo de sí para conseguirlo.

Habitualmente comparo a un buen docente con un master chef instruyendo a otros chefs.

Él traerá los mejores ingredientes y las mejores herramientas para cumplir sus objetivos.
En ello hay sin duda amor por su arte y respeto por quienes lo reciben.

Se preocupará de que tú consigas reproducir sus resultados, según tus talentos y posibilidades.

Su prioridad no es demostrar que tan bueno es (aunque será bastante evidente), sino que tú comprendas y para ello se pone junto a ti, codo a codo, atento y preocupado.

Todos estos aspectos son para mí muy importantes, ya que yo intento ser mejor docente con tanto ímpetu o más que con el que quiero ser mejor artista marcial.

Al principio de la clase, Sam nos ofreció la posibilidad de estudiar la totalidad de las aplicaciones, pero deteniéndonos de forma somera en cada una o de profundizar razonablemente cada una y ver hasta dónde llegábamos, con la opción de culminar el estudio en el verano, en otro seminario.

Entre todos optamos por la segunda opción y yo personalmente no me arrepiento.

Una antigua frase dice “el contento en lo poco abre las puertas de lo mucho” .
Siempre es mejor, según mi forma de funcionar, asentar bien 15 técnicas, que saborear superficialmente 50.

Posteriormente Sam hizo una breve introducción al trabajo que tendríamos en nuestras manos.

Se trataba de una labor ardua de investigación, hurgando en los vericuetos del chino antiguo para poder extraer el poco comprendido y menos usado texto de Yang Cheng Fu, quién en su momento realizó una tarea que nadie había hecho hasta entonces: desmenuzar las aplicaciones de un arte tan complejo como el Tai Chi Chuan, en este caso de la famila Yang.

A mí me impactó la sensación de que hubo un grande y honesto esfuerzo por parte de ese maestro legendario en perpetuar unas enseñanzas que él consideraba fundamentales...y que curiosamente están al borde de la extinción.

El sólo hecho de usar fotografías en aquellos años implicaba una gran determinación por parte de los modelos (las cámaras exigían un largo tiempo de exposición) y una buena inversión económica (las fotos eran caras de verdad).

El maestro Yang Cheng Fu, hizo lo mejor que pudo con los medios que tuvo a su alcance.

Pero sin duda es realmente dificultoso, mediante palabras y una sola imagen estática definir mecanismos tan complejos encontrados en el uso práctico del Tai Chi Chuan.

El excelente trabajo de Sam Masich consistió en volver accesible toda esa información.

En lo que a mí respecta, conozco muchas aplicaciones de movimientos clásicos de varios estilos, pero, lo realmente interesante sobre el trabajo de investigación de Sam fue el traernos no una serie de respuestas precocinadas, sino una batería de “cómos” y “porqués”, es decir, facilitarnos los ingredientes para que nosotros mismos podamos extraer el conocimiento.

Es como cuando uno intenta aprender a tocar blues, que al principio imitamos frases musicales típicas del estilo, pero si uno quiere realmente hacerlo bien, tiene que saber porqué esa frase suena así y cómo puedes construir de la nada una parecida.

En el TCC, si lo haces bien, en algún momento dejas de ser intérprete para ser compositor.

Y eso es lo que a mí me interesaba, recibir la información necesaria para ir en esa dirección.

Organizados por parejas repetíamos los movimientos bajo la atenta mirada de Sam, quien luego de un rato, nos hacía detener y corregir las cosas que veía que no realizábamos bien, con lo cual la enseñanza se profundizaba.

El curso fue intenso, no puede negarse, pero el buen hacer de Masich, quien intercalaba en momentos clave anécdotas o detalles teóricos, generaba las pausas correctas para poder mantener el ritmo.

Me extendería mucho más de lo soportable el detallar tantos días, tan cargados de acontecimientos inolvidables y descubrimientos.

Espero haber dado una visión general y positiva de una experiencia que, no puedo hablar por los demás, a mí me llevó a una motivación muy profunda que podría resumirse en una de las últimas intervenciones de Sam cuando decía que, si bien los tiempos cambian y algunas cosas se van adaptando, con el TCC nos estamos pasando un poco (bastante) de la raya, al punto que, como tantos otros docentes y expertos venimos diciendo hace tiempo, de evolución se está pasando a degradación y por esa razón nos conminaba a que mantuviéramos la sangre de este bello arte marcial fluyendo, vivo.

Pero no vivo a cualquier precio, como si de un sistema de respiración asistida se tratase.

Vivo, pero no con artificios.

Como docentes deberíamos asumir el mantenimiento de los principios que lo pusieron en un sitial de privilegio (sin desmedro de seguir investigando), de tratar de evitar que éstos principios no agonicen lentamente en una parafernalia de indiferencias acrobáticas que sólo buscan el lujo mediático o la promesa de adormecimiento cerebral mediante una hora de movimientos vacíos( a cambio de una módica cuota mensual).

Tengo más que claro que el TCC no tiene dueño.

Es de todos.

Pero si se muere se muere para todos.

Sam es sin duda uno de los que intenta que eso no suceda.

Yo tengo la suerte de contar entre mis amistades gente que intenta lo mismo.

Pero más allá del innegable valor técnico, este curso me ha dejado el siguiente sabor: de que por más humilde que sea tu trinchera, no se está tan solo.

De pronto me he sentido renovado por los conceptos vertidos en el curso, que, como las palabras de un buen general, me han sacudido el cansancio de la lucha y me han puesto otra vez de cara a la batalla.

Obviamente esto fue un plus que no esperaba, algo muy personal, pero algo que de no haber estado allí no habría sucedido.

Sólo por eso...
thanks Sam, hope see you soon!

Y gracias por leerme

Fernando Veira

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