Desde el viernes 13
al domingo 15 de marzo tuvo lugar en Madrid, concretamente en la
Escuela Superior Wudao, el seminario o curso intensivo al que
nos referimos en el título de esta crónica.
Acudimos un
verdadero tropel de entusiastas, practicantes y docentes de gran
parte de España, así como de Inglaterra, Escocia e Italia.
Tal fue el interés
despertado tanto por la temática en sí, como por la ya emblemática
figura de Sam Masich.
No son muchos los
nombres que se me vienen a la mente cuando relaciono conceptos como:
occidente, Tai Chi Chuan y profundidad de trabajo.
El de Sam Masich
está entre ellos.
Y lo está, a mi
entender, por varias razones.
Personalmente poco
me importa que el estilo de Sam no sea mi estilo.
Al igual que otros
“buques insignia” del Tai Chi Chuan, su trabajo trasciende la
esfera de su escuela.
Estoy convencido de
que si uno dedica muchos años de esfuerzo en la dirección
correcta (un esfuerzo mal dirigido difícilmente dará un buen
resultado), independientemente de qué arte o a qué linaje
pertenezcas, por un simple proceso de evolución interior, uno
consigue acercarse a lo que podríamos llamar una “fuente” de
conocimiento de la cual beben todas las artes.
En ese momento el
practicante se “universaliza” y mientras, sí, lógicamente, un
estilo se honra con ese trabajo en concreto, todo el arte se
ve fortalecido.
A nivel individual
esto produce una expansión en cuanto a la capacidad de visión y una
concentración en los aspectos concretos, se va cada vez más a las
raíces... en lugar de perderse por las ramas.
Creo firmemente que
quien no sea capaz de enseñar o aprender más allá de su estilo,
aún continúa atado a una pesada cadena, que es la de sentir que en
el fondo posee el monopolio de lo correcto.
Esto se vé en las
personas que están constantemente intentando encontrar puntos de
diferenciación en lugar de conexión con otras artes y estilos.
“El acero es el
acero, independientemente de la forma” dijo Bruce Lee.
Recién llegados del
viaje desde Galicia, nos dirigimos rápidamente al centro donde se
impartiría el seminario. Yo me encontraba muy emocionado por conocer
a una personalidad tan relevante en el mundo de las artes marciales
internas como Sam y ciertamente, no me decepcionó.
Como otros grandes
que he tenido la suerte de conocer en esta generosa y bella madre
adoptiva que es España, Sam Masich es lo que todo docente
aspira a ser, o debería aspirar a ser...o al menos al que suscribe,
le gustaría ser, jeje.
Y no me refiero a su
indiscutible trayectoria, sino a puntos claves que, una y otra vez se
pueden encontrar en un instructor, profesor o maestro de categoría.
Para quienes no lo
conozcan y como yo en su momento, sólo hubiesen tenido la
oportunidad de admirarlo en la lejanía del “youtube”, os digo
que este hombre es un ejemplo de jovialidad y disponibilidad.
Tampoco abusa de la
parafernalia idiomática china, de modo que uno no necesita una curso
rápido de cosmogonía taoísta/budista para comprender qué
resultados podemos obtener de la técnica.
Su relación con el
alumnado fue desde un principio totalmente horizontal, es decir, no
había ningún halo de misterio, ningún campo de fuerza que te
impidiera acercarte, tocarlo, hablarle, coserlo a preguntas (como un
servidor) o compartir anécdotas y chistes luego de la clase.
No había ningún
peldaño que trepar, ni ninguna pleitesía que rendir, ni ningún
séquito que te interceptara el paso.
Simplemente era Sam,
con una sonrisa tan generosa como sus explicaciones, un compañero
que amablemente te señalaba el camino y ponía todo de sí para
conseguirlo.
Habitualmente
comparo a un buen docente con un master chef instruyendo
a otros chefs.
Él traerá los
mejores ingredientes y las mejores herramientas para cumplir sus
objetivos.
En ello hay sin duda
amor por su arte y respeto por quienes lo reciben.
Se preocupará de
que tú consigas reproducir sus resultados, según tus talentos y
posibilidades.
Su prioridad no
es demostrar que tan bueno es (aunque
será bastante evidente), sino que tú comprendas y
para ello se pone junto a ti, codo a codo, atento y preocupado.
Todos estos aspectos
son para mí muy importantes, ya que yo intento ser mejor docente con
tanto ímpetu o más que con el que quiero ser mejor artista
marcial.
Al principio de la
clase, Sam nos ofreció la posibilidad de estudiar la
totalidad de las aplicaciones, pero deteniéndonos de forma somera en
cada una o de profundizar razonablemente cada una y ver hasta dónde
llegábamos, con la opción de culminar el estudio en el verano, en
otro seminario.
Entre todos optamos
por la segunda opción y yo personalmente no me arrepiento.
Una antigua frase
dice “el contento en lo poco abre las puertas de lo mucho” .
Siempre es mejor,
según mi forma de funcionar, asentar bien 15 técnicas, que saborear
superficialmente 50.
Posteriormente
Sam hizo una breve introducción al trabajo que tendríamos
en nuestras manos.
Se trataba de una
labor ardua de investigación, hurgando en los vericuetos del chino
antiguo para poder extraer el poco comprendido y menos usado texto de
Yang Cheng Fu, quién en su momento realizó una tarea que
nadie había hecho hasta entonces: desmenuzar las aplicaciones de un
arte tan complejo como el Tai Chi Chuan, en este caso de la
famila Yang.
A mí me impactó la
sensación de que hubo un grande y honesto esfuerzo por parte de ese
maestro legendario en perpetuar unas enseñanzas que él
consideraba fundamentales...y que curiosamente están al borde de la
extinción.
El sólo hecho de usar fotografías en aquellos años implicaba una
gran determinación por parte de los modelos (las cámaras exigían
un largo tiempo de exposición) y una buena inversión económica
(las fotos eran caras de verdad).
El
maestro Yang
Cheng Fu, hizo
lo mejor que pudo con los medios que tuvo
a su alcance.
Pero
sin
duda es
realmente dificultoso, mediante palabras y una sola imagen estática
definir mecanismos tan complejos encontrados en el uso práctico del
Tai Chi Chuan.
El
excelente
trabajo
de Sam Masich consistió en volver accesible toda esa información.
En lo que a mí
respecta, conozco muchas aplicaciones de movimientos clásicos de
varios estilos, pero, lo realmente interesante sobre el trabajo de
investigación de Sam fue el traernos no una serie de
respuestas precocinadas, sino una batería de “cómos” y
“porqués”, es decir, facilitarnos los ingredientes para que
nosotros mismos podamos extraer el conocimiento.
Es como cuando uno
intenta aprender a tocar blues, que al principio imitamos frases
musicales típicas del estilo, pero si uno quiere realmente hacerlo
bien, tiene que saber porqué esa frase suena así y cómo puedes
construir de la nada una parecida.
En el TCC, si lo
haces bien, en algún momento dejas de ser intérprete para ser
compositor.
Y eso es lo que a mí
me interesaba, recibir la información necesaria para ir en esa
dirección.
Organizados por
parejas repetíamos los movimientos bajo la atenta mirada de Sam,
quien luego de un rato, nos hacía detener y corregir las cosas que
veía que no realizábamos bien, con lo cual la enseñanza se
profundizaba.
El curso fue
intenso, no puede negarse, pero el buen hacer de Masich, quien
intercalaba en momentos clave anécdotas o detalles teóricos,
generaba las pausas correctas para poder mantener el ritmo.
Me extendería mucho
más de lo soportable el detallar tantos días, tan cargados de
acontecimientos inolvidables y descubrimientos.
Espero haber dado
una visión general y positiva de una experiencia que, no puedo
hablar por los demás, a mí me llevó a una motivación muy profunda
que podría resumirse en una de las últimas intervenciones de Sam
cuando decía que, si bien los tiempos cambian y algunas cosas se van
adaptando, con el TCC nos estamos pasando un poco (bastante) de la
raya, al punto que, como tantos otros docentes y expertos venimos
diciendo hace tiempo, de evolución se está pasando a degradación y
por esa razón nos conminaba a que mantuviéramos la sangre de este
bello arte marcial fluyendo, vivo.
Pero no vivo a
cualquier precio, como si de un sistema de respiración asistida se
tratase.
Vivo, pero no con
artificios.
Como docentes
deberíamos asumir el mantenimiento de los principios que lo pusieron
en un sitial de privilegio (sin desmedro de seguir investigando), de
tratar de evitar que éstos principios no agonicen lentamente en una
parafernalia de indiferencias acrobáticas que sólo buscan el lujo
mediático o la promesa de adormecimiento cerebral mediante una hora
de movimientos vacíos( a cambio de una módica cuota mensual).
Tengo más que claro
que el TCC no tiene dueño.
Es de todos.
Pero si se muere se
muere para todos.
Sam es sin duda uno
de los que intenta que eso no suceda.
Yo tengo la suerte
de contar entre mis amistades gente que intenta lo mismo.
Pero más allá del
innegable valor técnico, este curso me ha dejado el siguiente sabor:
de que por más humilde que sea tu trinchera, no se está tan solo.
De pronto me he
sentido renovado por los conceptos vertidos en el curso, que, como
las palabras de un buen general, me han sacudido el cansancio de la
lucha y me han puesto otra vez de cara a la batalla.
Obviamente esto fue
un plus que no esperaba, algo muy personal, pero algo que de no haber
estado allí no habría sucedido.
Sólo por eso...
thanks Sam, hope
see you soon!
Y gracias por leerme
Fernando Veira